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domingo, 14 de febrero de 2010

EL INFIERNO TAN TEMIDO


Parecía posible. Sabíamos que la situación era difícil y que el clásico nos encontraba en nuestro peor momento en años, mientras Banfield llegaba con la autoestima por las nubes. Era una parada difícil para Lanús pero a la vez era una oportunidad inmejorable para salir del profundo pozo futbolístico en el que hemos caído. Las buenas performances ante Huracán en el complemento y ante Boca en el primer tiempo están aun frescas en la memoria. Pero más potentes y preocupantes eran las otras señales, la dolorosa derrota del equipo muleto ante Argentinos, y la pobre actuación ante Libertad que terminó también en derrota indiscutible. Por eso, aun sin generar peligro, el arranque granate en Peña y Arenales resultó auspicioso, dominando a Banfield sin pasar sobresaltos hasta el minuto cuarenta de la primera etapa. Sin jugar bien, pero metidos y concentrados, poniendo pierna fuerte y corriendo con orden, con humildad y sacrificio Lanús parecía comenzar la recuperación futbolística con un trabajo correcto en líneas generales, con Pizarro y Pelletieri como figuras. Sin embargo, desde el arranque nomás del complemento, el Grana no volvió a ser el mismo y Banfield lo arrolló. Del entretiempo volvió distraído, poco solidario, sin confianza, sin orden, sin ideas, una imagen que viene entregando con alarmante frecuencia. El pitazo final de Baldassi terminó con el suplicio, con dos menos por las expulsiones innecesarias de Castillejos y Grana ya nada bueno podía pasar.

En los últimos años el Grana fue feliz, y nuestra gloria, significó el drama para el Taladro. El título de Campeón, y el reconocimiento casi absoluto del mundo del fútbol, habían puesto a Portell contra las cuerdas, a punto tal que solía verse un trapo más que elocuente en las tribunas banfileñas: “Lo único que te envidio son los dirigentes” decía a modo de queja contra su propia conducción, la bandera tantas veces exhibida por los hinchas de Banfield. Sin embargo, en el último año las cosas iban a cambiar, y vaya de qué manera.

Antes de concluir el ciclo de Ramón, e inaugurando una estrategia inédita en cuanto a la formación de los cuerpos técnicos, Zubeldía fue designado como entrenador del primer equipo, mientras Gabriel Schurrer se hacía cargo de la quinta división, a la vez que se anotaba primero en la línea sucesoria, prevista para cuando se fuera Zubeldía. La estrategia poco tiene de casual: Lanús necesita técnicos del club, consustanciados con las condiciones de un plan formativo que por entonces nadie cuestionaba. Promover y formar valores propios, depositando las energías en el fútbol amateur. Así se consagraron Romero, Gioda, Archubi, Leto, Fabbiani, Lautaro, Valeri, y el Toto Salvio, jugadores que han dejado su recuerdo vistiendo la camiseta del club, y que al ser transferidos, reportaron un dinero que permite asegurar que por dos años al menos, el club no tendrá apremios financieros. Desde su asunción, Zubeldía fue funcional a ese plan. A igual nivel, primero los pibes del club. El joven técnico debutante se mostró eficiente, trabajador, resoluto. Y además, muy seguro de sí mismo. “Voy a cambiar la manera de jugar, vamos a jugar de contraataque” dijo a modo de presentación, y aun hoy recuerdo la sorpresa que causó entre los periodistas partidarios que lo escuchamos de sus propios labios. Allí propusimos un intento de discusión franca y respetuosa entre nosotros y el técnico. Su idea no cerraba, y tampoco se plasmaba en la cancha. Con las opiniones radicalizadas, Zubeldía empezó a poner obstáculos entre los que expresábamos una mirada crítica acerca de su nueva estrategia. No contestar los mensajes, prometer atender a determinada hora el teléfono y luego no hacerlo, o hacernos esperar dos horas al sol para realizar una entrevista en condiciones incómodas fue moneda corriente. Y así, el diálogo dejó de ser posible, y las opiniones críticas pasaron a ser consideradas por los hinchas como muestra de despecho.

En tanto, el equipo cosechaba puntos. Con el Pepe y Salvio, con Blanquito, con el mejor Salomón, Lanús fue muy poderoso en ataque, pero nunca fue sólido. Jugando al golpe por golpe fue vulnerable defensivamente, fue largo, fue muy irregular. Y también resultó muy flojo en el juego aéreo, ilógico en los cambios y se fue empecinando para sostener en el tiempo, ideas de escasa efectividad. Del juego corto de Ramón ya no quedaba nada, pero aun así, gracias al nivel de sus notables individualidades, el equipo de Zubeldía fue animador del Apertura 2008, y estuvo a cinco minutos de ser campeón en el Clausura 2009. No obstante, jamás fue sólido.

El Apertura 2009 trajo la crisis futbolística que se veía venir, y que se acentuó con Banfield Campeón. Y el inicio del presente Clausura trajo la confusión total. Dirigentes e hinchas coincidieron que la solución pasaba por conseguir tres refuerzos de calidad. La historia es conocida: los refuerzos no llegaron y la bronca estalló. Muchos piensan que esa es la causa de nuestros males. Y otros, observando el resultado que le dieron a Racing sus grandes refuerzos, empiezan a pensar que la estantería futbolística montada por Zubeldía sobre bases muy endebles finalmente se desmoronó, y son muchos los cañones de la ira granate que empiezan a poner al técnico en la mira, cuando todavía queda demasiado por jugar.

En el fútbol argentino, es sabido, los fusible suelen ser los entrenadores. Y Zubeldía es un muchacho inteligente y sabe que pese al respaldo dirigencial, su continuidad peligra. Aun le quedan tres compromisos muy difíciles en condición de visitante, dos de ellos por la Copa, ante Blooming y Libertad, y el restante en Rosario ante Newell’s. Dirigentes, jugadores y cuerpo técnico van de la mano, saben que la tranquilidad de unos depende de los otros. Es hora de que algunas pautas de juego sean revisadas en conjunto, y que los experimentos que han perjudicado el desenvolvimiento natural de nuestros jugadores se aborten de una buena vez, si es que todavía futbolísticamente estamos a tiempo. Lo peor que nos puede pasar es tomar determinaciones apresuradas a esta altura de la competencia. Tal vez hablando entre todos, francamente y sin falsos códigos, jugadores, cuerpo técnico y dirigentes, recuperando el apoyo de los hinchas, la cuarta pata, puedan encaminar el rumbo futbolístico que nunca se debió haber perdido.

Es muy fácil tomar distancia y no participar, señalando a uno y a otro lado, buscando culpables. Es muy fácil exigir tal o cual comportamiento cuando el que decide es otro. Es muy fácil creerse el dueño de la verdad, cuando los que opinan igual son mayoría. Mejor será que todos nos bajemos del pedestal de la verdad y pongamos los pies sobre la tierra, que es el lugar del mundo donde mejor se observan, tanto el cielo, como el infierno tan temido.


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@hotmail.com

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