A la luz de la historia, a los jóvenes hinchas granates les cuesta entender el significado de la gesta del 28 de julio del '90, cuando Lanús ascendió en cancha de Quilmes por penales. Los crecidos en tiempos de Miguel Angel Russo, Héctor Cuper, Mario Gómez y, más acá, Ramón Cabrero, no encuentran el relieve de un ascenso logrado con un muy modesto equipo, de manera inesperada, casi milagrosa, un ascenso efímero que terminó en descenso al cabo de la temporada 90/91. Para quienes llegaron durante los últimos veinte años, con los grandes momentos deportivos como la obtención de la Copa Conmebol, las participaciones internacionales y el Apertura 2007, el fútbol de ascenso es una página increíble, que flota apergaminada en las conversaciones de los más veteranos, incompatible con el presente institucional que los pibes conocen. Para comprender el significado de aquella conquista, hay que haberla vivido.
En las dos primeras décadas del profesionalismo, Lanús era un cuadro chico por excelencia, siempre en la máxima categoría, con una identidad de fútbol ofensivo y bien jugado, pero como tantos otros clubes, condenado a venderle sus figuras a los equipos grandes de aquellos tiempos. El descenso del 49, producto de una de las máximas trastadas de la historia de la Asociación del Fútbol Argentino, fue vivido por los granates como una injusticia. La vuelta a primera resultó un trámite, ya se empezaba a gestar el gran equipo de los Globetrotters que dejaría la impronta más contundente de aquella identidad futbolera. Su derrota fue tomada como una afrenta. Así como la leyenda del juego de los Globetrotters se irá magnificando más y más con el paso de los años, crecerán también las incógnitas, los cuestionamientos y las suspicacias sobre lo ocurrido con aquel equipo. No obstante, fue la cúspide deportiva de Lanús, en la etapa vivida entre la fundación y el retorno del infierno, un largo ciclo sin lograr obtener un campeonato de primera. Después de la dolorosa derrota de los Globetrotters y el posterior descenso, la escuela futbolística seguirá viva con los Albañiles, pero la máxima conquista se irá haciendo más y más inalcanzable. Acostumbrarse de a poco al sube y baja, y de golpe, encontrarse al borde del abismo, debiendo participar en la primera división "C". Hasta aquí, una parte de la historia institucional.
Otra historia tenía que empezar, y había que remangarse. Había que afrontar los más de doscientos juicios, los costos del mantenimiento, conformar un nuevo plantel, en medio del desastre, había que empezar de nuevo. La realidad era que no se podía incorporar jugadores de nivel, había que confiar en los pibes. Y así se logró volver a la "B", con un gran equipo formado con una camada de jugadores del club, muchos con destino de primera división, como Héctor Enrique, Juan José Sánchez, el Pato Gómez, Sicher, Attadía, Crespín y Nigretti, de la mano del histórico José Luis Lodico. Empezaba la recuperación futbolística, la gente volvía a acompañar. Queda el recuerdo de los dos encuentros contra Chacarita, ambos con record de público del fin de semana en que se disputaron -incluyendo la primera división- y los goles del Negro Enrique: la estirpe granate estaba viva en esos pibes humildes, formados con una taza de leche como premio. Volver a la "B" había costado tres años, del 79 al 81, la vuelta a primera por entonces era una quimera, y llevaría otros ocho años y medio más poder conseguirla. Habían pasado muchas derrotas dolorosas, con rivales impensados para estos tiempos, equipos como Villa Dálmine, Estudiantes de Bs As, Almagro y la increíble final perdida contra San Telmo en el 75. Se había sufrido también otra injusticia con los penales contra Platense en el 77. Vendría otra más en la semifinal con Rácing en cancha de Atlanta en el 84, siempre la AFA castigando en forma bochornosa al Club Lanús. Y en la temporada 88/89, la gran frustración ante Chaco for Ever. Lanús había armado un gran equipo de la mano de Rógel. Siempre capeando deudas, había apostado fuerte para volver a primera. No pudo ser. Después de puntear holgadamente, el bajón en la parte final y la caída en el Chaco. Fueron muchos años alternando derrotas inesperadas con injusticias padecidas, las hinchadas rivales empezaban a burlarse. En medio de la reconstrucción, había que volver a amar un equipo, y entonces llegó Miguel Angel Russo.
Miguel se encontró con muy pocos profesionales, él mismo se encargó de conseguir algunos humildes refuerzos. En Lanús encontró el material humano y la institución ideal para aplicar el conocimiento que había adquirido como jugador de Primera División. Ambos, institución y DT, tenían ambiciosos objetivos. Con la batuta de Miguel trazaron un plan organizativo, pensado a largo plazo, que no tenía en mente el ascenso en la temporada inicial. Después de una primera rueda de pobre rendimiento, el modesto equipo de a poco se fue arrimando a la clasificación para el dodecagonal por un segundo ascenso. La victoria ante Belgrano, con el rústico Patón Mainardi como principal figura, despertó de nuevo la ilusión de otra final. Quilmes era el candidato de todos, tenía un plantel repleto de jugadores de primera división. La ajustada victoria granate lograda de local en el partido de ida, planteaba un escenario más que difícil para la definición en la vieja cancha del cervecero. Sin embargo después de tantas frustraciones, la hinchada granate volvió a creer y una multitud acompañó al equipo, como siempre había ocurrido a lo largo de la historia. Sin fútbol lujoso, sin jugadores destacados, con la sorpresiva ausencia de Mainardi como peor presagio, Lanús fue a Quilmes con sed de revancha, sostenido por su gente. La victoria sirvió para ayudar a comprender cual era el camino. El posterior descenso, algo previsible que no debía confundirse con un fracaso. Era tiempo de redoblar la apuesta y seguir con la conducción de Miguel Russo. El título y el ascenso definitivo llegaría el ciclo siguiente, con la vuelta fabulosa de Héctor Enrique Campeón del Mundo, para recuperar aquel fútbol distintivo, en un nuevo club que pacientemente se encaminaba a la grandeza, algo que lograría con el paso de estos veinte años de esfuerzo, no sin cometer errores.
Aquel triunfo increíble conseguido en Quilmes por penales, después de un partido para el olvido pero jugado a todo o nada, en el que Lanús cayó derrotado por uno acero, fue un gigantesco corte de manga al destino. A la AFa con sus injusticias, a las hinchadas rivales con sus burlas, a los mismos granates, que a esa altura, nos estábamos acostumbrando demasiado a las derrotas impensadas. Fue tal vez la primera vez en mucho tiempo que Lanús llegaba a una final de punto, y finalmente fue victoria. En la ciudad pasional y futbolera se desató la fiesta menos pensada. Y aunque aun nadie lo sabía, se festejaba el comienzo de otra historia deportiva en la que el club escribiría sus paginas más gloriosas.
por Marcelo Calvente
marcelocalvente@hotmail.com
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