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lunes, 8 de noviembre de 2010

Fútol y Ciencia, Robberto Fontanarrosa



¡Hasta siempre, señor árbitro!

Los 73.000 espectadores que concurrieron el 15 de enero de 1988 al Duisburg

Stadium de Oberhausen no pudieron dejar de apreciar que entre los

protagonistas del espectáculo había significativas ausencias.

Y no se trataba, por cierto, de que el Ruhr 214 no alistara entre sus filas

a Hans "Caperucita" Gfrörer, o bien que entre los fervorosos "barqueros" del

Postfach no estuviese Fritz, "El talabartero" Kiepenheuer. Lisa y

llanamente, lo que brillaba por su ausencia aquella tarde en el Duisburg

Stadium era el público, dado que, la "Effektivaterien Ballönem Helveticen"

había anunciado el match como una prueba piloto de un nuevo sistema de

"referato a distancia". Efectivamente, a escasos cien metros del coqueto

estadio de Oberhausen, los concurrentes podían advertir una misteriosa

construcción de cemento, de forma tubular, que alcanzaba la respetable

altura de 75 metros.

Esta torre no representaba ventaja alguna, y más podía confundirse con un

monumento moderno, o con alguna reminiscencia emblemática de la

majestuosidad nazi que con lo que verdaderamente era: la central

computarizada de control desde donde se dirigía el encuentro. Los curiosos

asistentes al match tampoco podían adivinar que, bajo sus pies, una

intrincada maraña de cables, sensores electrónicos, filamento inalámbricos y

terminales computadorizadas, unían el estadio propiamente dicho con la torre

de referato.

Dentro de la torre, a una altura de 50 metros sobre el nivel del piso, se

encuentra la nave central, a la cual se accede mediante el servicio de tres

elevadores, uno para el árbitro y los restantes para ambos jueces de línea.

Quien entra allí, a ese vasto recinto privado de luz natural y arrullado por

el permanente murmullo de los acondicionadores de aire, podrá pensar que se

halla en alguna de las centrales de control de vuelo de la NASA, o bien que

ha caído en el vientre mismo del Nautilius, el legendario sumergible del

capitán Nemo.

Ciento veintisiete pantallas de televisión, prolijamente alineadas, emiten su

mensaje, desde las paredes levemente curvadas del salón. En frente de ellas,

en medio de ellas, tres hombres, tres profesionales del difícil arte del

referato futbolístico, recepcionan hasta el más mínimo detalle de cuanto

ocurre sobre el campo de juego. Allí, alejados de la gritería ensordecedora

de la turbamulta, ajenos a la indudable presión que configura el

hostigamiento de los partidarios, los colegiados pueden dirigir,

asépticamente, el encuentro.

El sistema, costoso hasta el momento, simplifica notablemente la tarea del

árbitro y ha reducido en forma sensible los disturbios en los campos de

juego. El juez, fría su mente, gozando del privilegio de beber su marca de

cerveza preferida en tanto vigila a los 22 jugadores, cuenta, entonces, con

la inestimable ayuda de mil ojos electrónicos, que complementan los suyos.

En cuanto detecta una infracción, oprime un botón y un silbato estridente se

escucha a unos cien metros más allá, en todo el estadio. Si la jugada no ha

sido clara o si la infracción es dudosa, el colegiado cuenta con otro

valioso recurso para calmar y convencer, en forma palmaria, al bando que se

considera perjudicado: con otro simple botón desplegará sobre las dos

inmensas pantallas electrónicas colocadas en ambas cabeceras del estadio, la

escena repetida, con detención de imagen y ampliación de los ángulos

necesarios para refrendar con sólidas razones la penalidad adoptada.

Cualquiera podría suponer que esa maniobra requeriría dos o tres minutos en

concretarse, con el consiguiente retraso y ruptura del ritmo del partido.

Pero no es así, ya que la memoria computarizada seleccionará entre los

centenares de enfoques de la misma acción, las cuatro o cinco que considera

más gráficas y contundentes, brindando al juez, en una fracción de segundo,

la posibilidad de poner frente al público las que juzgue más válidas. Todo

esto, sin que la máxima autoridad del match sufra el reproche de los

jugadores ni sus estentóreos reclamos.

Más simple aun, para le nuevo sistema de referato, es eliminar cuanta duda

pueda presentarse respecto de balones fuera de juego, balones ingresados o

no tras la línea de la portería o bien, incluso, ante la siempre

controvertida "Ley del Offside". Un sistema televisivo tipo "Fotochart"

turfístico, elimina cualquier clase de duda, ya que le ojo eléctrico que

patrulla la línea del último defensor captará, precisará y denunciará a

quien reciba el balón en posición prohibida.

En los casos de un discutido hand, por ejemplo, donde ni siquiera la visión

televisiva puede dictaminar en un ciento por ciento el contacto del balón

con la mano del defensor, también la insospechable computación vendrá en

auxilio del señor árbitro, puesto que las pantallas mostrarán la acción,

agregando un luminoso pespunte verde. Nilo de coordenadas y flechas

indicatorias que avalan la posibilidad o la imposibilidad, de que dicho

contacto haya tenido lugar.

De cualquier manera, el revolucionario sistema, llamado provisoriamente

A.U.P. (Arbipeissal Und Perspecktiven) admite también el encanto de la

controversia. Nadie puede negar el importante condimento que significa para

el partidario del fútbol la discusión en la oficina, durante toda la semana,

sobre si tal o cual fallo estuvo acertadamente tomado. Y no puede tampoco,

quitársele al aficionado común la posibilidad de exorcizar sus frustraciones

y represiones domésticas, denostando la figura del colegiado. Así ha sido

siempre y lo seguirá siendo, aunque en menor medida con el nuevo sistema,

que también deja, sabiamente, resquicios para la discusión.

En algunos casos, muy puntuales, el poder de decisión quedará en manos del

clásico y consabido criterio personal del árbitro. Allí, como siempre la

falibilidad humana seguirá alimentando el intercambio de opiniones. Se dará,

por ejemplo, con la inefable "Ley de la ventaja". No habrá computadora,

entonces, que ayude a dictaminar a su referí si tal o cual jugador cometió

una infracción adrede o sin quererlo, como tampoco contará el árbitro con

ayuda tecnológica para decidir si el delantero que se proyectaba solo hacia

el gol ha de caer definitivamente o podrá continuar con su carrera, luego

del golpe que intentara derribarlo.

La misma incógnita deberá enfrentar el colegiado cuando deba determinar, sin

respaldo científico alguno, cuándo una "mano" dentro del área, es

intencional o casual, ya que no hay todavía, por fortuna, computadora alguna

que esté conectada con el cerebro mismo de los futbolistas. Se podrán

repetir, entonces, protestas o abucheos del público, pero ya nunca de la

magnitud de la ocurrida en torno al recordado árbitro internacional belga,

Henri Degrelle*.

Justamente en virtud de este suceso, la FIFA aceleró los estudios y puesta

en práctica del sistema A.U.P. De todos modos, ese grado de controversia,

ese resquicio de humana posibilidad de error ha sido minuciosamente

estudiado por los sicólogos que trabajaron en el proyecto para no revestir

al más popular de los deportes de un halo tecnocrático que le reste

espontaneísmo y creatividad. Así será, entonces, que los seguidores

partidarios de los conjuntos podrán continuar exteriorizando sus quejas como

siempre, como en todas las épocas, a pesar de que, también en ese orden, se

han detectado indicios inquietantes.

En efecto, desde el 17 de junio último, un adelanto significativo se puso de

manifiesto en el campo de la protesta partidaria, en ocasión de llevarse a

cabo el clásico encuentro entre el Benelux-Gotha de Mons y el Astipalaia de

Grecia. Tras un discutido fallo del colegiado sueco Gustavo Skelleftea, un

proyectil misilístico del tipo M-L7, versión soviética de segunda

generación, impactó y redujo a polvo la torre de control de referato. Se

piensa que el proyectil fue accionado por un fanático del Astipalaia,

mediante un propulsor personal, desde atrás del arco norte del estadio,

distante casi unos 250 metros de la sólida construcción tubular, aún hoy

hecha escombros. "Ellos también han progresado mucho", sólo atinó a decir

Gerd Walde, titular del Consejo Arbitral Germano y propulsor del sistema

A.U.P., a título de conformista comentario.

Publicado en el libro El mayor de mis defectos, Ediciones de la Flor,

Buenos Aires, 1990.

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